viernes, 25 de julio de 2008

Penúltimo día del programa

Viernes 18 de julio:

Este día ha sido muy interesante, he hecho muchas cosas. ¡Casi me quejo de que el día tenga tan pocas horas!

Aunque el comienzo ha sido de rutina: clase con la "abuelita" Uchida. De nuevo, nos han cambiado de clase en el último momento. La "nuestra" estaba ocupada por otros estudiantes extranjeros... ¿qué harían allí? Al parecer, es posible estar como estudiante de intercambio un año entero. Me pregunto cómo será Kyoto cuando no hace este calor húmedo... ¡me han dicho que incluso nieva en invierno! Ahora mismo parece increíble.

Bueno, al tema. En clase, Uchida nos ha estado guiando para escribir una postal de despedida y agradecimiento a la familia de acogida. Además, ha tomado algunas fotos de los alumnos. ¡Es un encanto esta mujer! Entrañable.

Al salir de clase, me llama Mariko Asano, una de las coordinadoras del programa. Resulta que hay otro cambio en la agenda. En vez de tener la orientación para la ceremonia de graduación después de comer, la vamos a tener ahora. Para entonces, se nos han escapado los mexicanos, que ya se han ido a comer. Bueno, no pasa nada, dicen, porque otros compañeros mexicanos iban a acudir. Ya se lo contarán.

Y la verdad que la orientación fue algo sencillo. Nos informaron de la agenda: debíamos estar a las 10:30 en un salón... ¿de conferencias? por llamarlo de algún modo. Con ropa formal (vaya, en esto va a fallar mucha gente, el equipaje que han traído muchos es limitado). Entre las 11:30 y las 12:00 tendría lugar la entrega de documentos de acreditación. ¡Y después el papeo! Para qué negarlo, esa parte para mí es la mejor.

Durante la orientación, también nos entregaron algunos regalos: camiseta y pegatinas, fundamentalmente. Muy detallistas, nos tratan de maravilla (sé que me repito, pero es que de verdad se desviven, y lo mínimo es reconocerles el esfuerzo).

No duró demasiado el acto, así que fuimos enseguida a comer. Hoy... último día que comeré en esta cafetería... ¿qué podría comer? Tenía de todo, llevaba varios días comiendo unos platos chinos que me gustaban, pero igual hay que cambiar. Así que me decanto por algo diferente: sopa de miso y arroz con verduras y curry. Como siempre, muy asequible.

Después de esto, habíamos quedado Kuni (el "hermano" que me acogía en su familia, si recordáis) y Thomas (el otro acogido por Kuni). El plan era tomar el funicular y teleférico a Hiei-zan (monte Hiei), desde donde la panorámica es muy amplia.

La abuela nos dijo a la mañana que no veríamos nada, porque el cielo estaba encapotado. Pero por suerte se despejó a media tarde.

Y de nuevo, Thomas hizo de las suyas. Aprovechó el cambio de planes en la agenda universitaria para irse a otra parte. Así que de nuevo Kuni se disgustó. En fin, toca decirle de nuevo que Thomas es un tipo especial, etc. etc. etc.

A decir verdad, Thomas se perdió una visita que yo disfruté mucho. Primero fuimos en autobús a la zona noreste de Kyoto. De allí tomamos un tren local para acercarnos al funicular. Ya en la zona, estamos rodeados de bosques y ríos. Kuni, muy amable, me invitó al funicular.


Desde el funicular se va apreciando cada vez una vista mejor de Kyoto. Es muy extensa:


Después del funicular hay que montar en otro vehículo, el teleférico. Desde aquí puede verse más lejos, y se aprecia la naturaleza que rodea Kyoto. Parece mentira, pero hay mucho monte bajo casi salvaje.


Nos bajamos del teleférico y Kuni dice que nos apresuremos. Hay que andar un buen trecho hasta el santuario ¡y cierran en muy poco tiempo! Así que en vez de andar, corremos. Con el calor y la humedad se suda que da gusto, y claro, al llegar al santuario nuestra ropa está casi como si la hubiéramos tirado al agua.


¿Por dónde es? Ah, Kuni lo tiene claro. ¡Menos mal! Hay que aprenderse bastantes kanji (ideogramas) para entender estas señalizaciones.

Poco antes de llegar, me encuentro esta escultura, que me gustó mucho:


El trayecto corriendo mereció la pena. Kuni me lleva a estos sitios menos turísticos, donde la gente es más escasa y se disfruta más del entorno.

En el templo del Hiei-zan estaban oficiando algún tipo de ritual, que por supuesto no se permite fotografiar. Había gente asistiendo, vestida al modo empresarial. Kuni, que no lo he comentado, parece muy religioso. Y al término del evento, saluda al monje que dirigía la ceremonia.

El jardín de entrada al templo sí que se me permitía fotografiarlo, y es muy bonito:


Poco después cerraron el templo. Fuimos a tomar algo fresquito, que la sudada fue importante. Y tras el refresco, volvimos atrás a ver algo por lo que yo había mostrado interés a la ida: una de estas campanas enormes que suenan por el impacto de un tronco.


Kuni me propone hacerla sonar. Para ello, dona unos yenes, tirándolos a un "cajón" junto a la campana. Tras eso, me deja intentarlo. Es una experiencia única. Incluso no habíendolo hecho muy fuerte, resuena durante mucho tiempo. La campana vibra intensamente, parece mentira que algo tan grueso y grande pueda vibrar como lo hacía. Lo dicho, toda una experiencia.

Hiei-zan está a medio camino entre Kyoto y Sakamoto, donde vive Kuni (y Thomas y yo provisionalmente). Así que ahora debemos tomar el teleférico de bajada a Sakamoto. Pero antes, no me pierdo las vistas. Había unos prismáticos de esos de pagar y tiempo limitado de visión. Me tuve que conformar con utilizarlos un par de veces. La próxima me traigo mis propios prismáticos. Se podía ver toda la zona del lago Biwa (Biwako), a pesar de la bruma.


¿Véis? No se aprecia el fondo del lago (y no es por la bruma, de verdad que en un día claro tampoco se ve).

Y esta es la zona sur:


Tomamos el vehículo de bajada, y tras caminar un poco llegamos a casa. De aquí salimos a hacer algunas compras para la cena de hoy, que sería la última en la familia de acogida. Kuni propone hacer yakiniku, o carne a la parrilla. Aunque como la parrilla da mucho de sí, también compramos algunas verduras y pescado.

De vuelta en casa, ya era la hora de cenar, y Thomas aún no había vuelto. Afortunadamente, no tardó mucho más, ¡yo me moría de hambre!

Ternera, cordero, cerdo, pescado (no sé cuál, pero delicioso), berenjenas, calabacín, maíz, patata... con salsas para la carne: tipo barbacoa o menta, y vinagre de módena para el pescado. ¡Todo un festín! No me corté a la hora de comer mucho. Me dijeron luego que como comía de todo, podría viajar a cualquier parte del mundo. Aunque claro, les dije que eso de comer bichos por ahora como que no. Ellos opinaban lo mismo.

Al terminar la cena, decidí entregarles los regalos que había traído. 4 txapelas con emblemas relativos a San Sebastián y al País Vasco, para los hombres de la casa. Luego, un abanico con imágenes de San Sebastián para la madre. Y por último, las figuritas de un torero y una bailaora flamenca. Al final eso vende fuera, así que hay que aprovecharlo. Se los di a la abuela: ella no figuraba en la información familiar que me facilitaron, así que no había nada preparado especialmente para ella. Por lo menos tenía ese as en la manga, y le di las figuras.

Los japoneses no suelen abrir los regalos al recibirlos, pero como ellos tienen mucho contacto con los occidentales, lo hicieron en mi presencia. Por mi parte mejor, porque así les explicaba los detalles de los regalos. Al parecer, estaban encantados.

Y después... Kuni propone ir a un onsen, o balneario al estilo japonés. Esa tarde comenté que aún no había ido, pero ya tendría tiempo para ir en la semana siguiente, que no se preocuparan. Pero Kuni prefirió ir hoy mismo a la noche. ¡Pues adelante!

Nos lleva la madre. También vienen los hermanos de Kuni, los "gemelos" (los llaman gemelos, pero no son iguales, creo que son mellizos). Hasta ahora, apenas se habían dejado ver. Son unos chavales bastante callados. Y Thomas, de nuevo, el chaval peculiar. No quiso venir al onsen.

La entrada del onsen era... ¿poco convencional? No sabría decirlo, porque era el primero al que iba. Había un restaurante y tienda de souvenirs. Además, había una minipiscina con pececillos. Ahí introducías los pies para que te los mordisquearan (suavemente, por supuesto). Esto ya lo experimenté varias veces en Alicante, así que no perdí el tiempo en esto. Dejamos la ropa en las taquillas y hala, ¡pa' dentro!

Ah, se me olvida: nos dieron toallas y una especie de pijama, para después.

¿Y qué nos encontramos? Lo primero, varias piscinas con agua. Y en cada piscina, hay un indicador digital de la temperatura del agua. Teníamos de 40-41 (con y sin burbujas), 42 sin burbujas, 37 (poco profunda) y la de 16, la única fría. Además, había zona de banquetas con un grifo de ducha, espejo, champú, gel, espuma para afeitar... ¡podías asearte a fondo! Si pedías, te daban hojas para afeitarte y cepillo de dientes (que por cierto ya tenía la dosis de dentífrico). Lo dicho, si no te limpias es porque no quieres. Teníamos sauna seca (baja humedad y alta temperatura, diferente de la sauna turca). Por último, había una sala separada donde podías pedir que te dieran masajes.

Y no termina aquí. Esto en la parte interior (relativamente pequeña, pero con muchas opciones). Si salías al exterior, tenías otra piscina de 41 grados, una especie de bidones llenos de agua donde te podías meter y además, una... ¿cama de piedra? por donde pasaba una corriente de agua caliente (te tumbabas y el agua caliente sólo tocaba tu espalda). Además, un pequeño chiringuito donde podías pedir bebidas.

Para mí, el agua a 40 grados ya era demasiado. Nunca me han gustado las cosas demasiado calientes. Así que era feliz en la de 37. Los japoneses se meten sin ningún problema en las piscinas calientes. Pero como esta vez probablemente iba a ser la primera y última de este viaje, tenía que intentarlo. Así que me propuse meterme en la caliente un rato antes de irme.

La "cama de piedra" era una gozada. Mirando al cielo nocturno con la espalda calentita. Lo único que las almohadas también eran de piedra... ¡eso ya no sé si es tan bueno!

La sauna... ¿a qué temperatura diríais que estaba? Las pocas que yo había visto antes eran de unos 70ºC, y ya me parecía bastante... pero esto es Japón. ¡Estaba a 90ºC! Respirar casi quemaba. Estuve pocos minutos ahí, y con lo que yo sudo ya os imaginaréis. Salí empapadísimo.

Aunque después del shock térmico, pude probar con éxito la piscina de 40-41 grados. Casi le pillé el gusto. Pero sigue siendo demasiado para mí. Luego, preferí meterme en la de 16ºC. Me fijé que esta no la usaban demasiado.

Tras esto, a asearse bien donde os he comentado antes. Y luego, a probar algunas piscinas más. Para mí terminar con la de 16ºC era la mejor opción, porque aún hacía calor fuera (de noche no refresca).

Pensaba que había terminado esto, ¡pero no! Quedaba una zona desconocida. En el piso de arriba había una enorme sala con muchos sofás cómodos. Tenías ordenadores, televisiones o lectura (manga) junto a esos asientos. Y las máquinas de vending de rigor. Un té fresquito y un poco de tele no vendría mal. Después de todos estos cambios de piscinas y un buen aseo, me sentó de maravilla estar ahí tirado en los asientos.

Pero ya se hacía tarde, era hora de volver. Tomamos el taxi de vuelta y una vez en casa a descansar, que el día siguiente toca ceremonia de graduación.

domingo, 20 de julio de 2008

Festival de Gion

Jueves 17 de julio:

Después de tanto preparativo, el día 17 desfilan las carrozas por la zona centro de Kyoto. Ya hemos subido a una de ellas el día anterior, ¡pero ahora las vamos a ver en movimiento, llenas de gente!

Así que nos hemos levantado como si fuéramos a clase. Desayuno "de los de la abuela", para no decaer en toda la mañana, y rumbo a Kyoto.

La combinación de tren y metro nos lleva a la plaza donde está el ayuntamiento. Ya pasé por ahí una tarde que me quise perder. Es un buen sitio, que ha elegido Kuni. Desde aquí, dice, podremos ver cómo giran las carrozas, que debe de ser algo que merece la pena ver.

Como hemos llegado un poquito tarde, ya han pasado algunas carrozas, ¡pero quedan bastantes por ver!

¡Ahí llega la primera! Está siendo tirada por un montón de gente. Ya se oye la música que tocaban cuando estaban quietos.

Sorprende que, siendo una fiesta, la música parece más bien para una ocasión solemne. ¡Y la gente está callada! Hay mucho que tengo que aprender de este festival. Desde luego, no se parece nada a lo que vimos el día anterior, calles animadas y ambiente festivo (festivo de verdad).

Al llegar al cruce entre calles, toca girar la carroza. Es un proceso que lleva su tiempo. Lo hacen bastante despacio (8 minutos), pero de forma que queda muy bien, me ha gustado mucho.

Primero, suben la carroza a una especie de troncos de bambú para que las ruedas de la carroza (de madera) no sufran por el roce al girar.

Primero el bambú...

Después, los "tiradores" se disponen de forma que están preparados para empezar a hacer fuerza y girar la carroza.

Bien colocados, y preparados.

Y antes de hacer los giros, la música va acelerando poco a poco. La gente de la carroza añade voces para dar más fuerza. En la parte delantera hay dos o cuatro individuos que sostienen abanicos. Son ellos los que más voz ponen, y quienes dirigen el giro.

En un determinado momento, cuando la música lo pide, los dos o cuatro hacen un movimiento al unísono y apuntan con el abanico hacia dónde debe ser girada la carroza. Entonces, los tiradores hacen fuerza y la mueven. El público emite sonidos de asombro, y algunos aplauden. Esto sigue así hasta que la carroza queda totalmente orientada hacia la siguiente calle.

Ya va girando, tirón tras tirón.

La verdad es que es muy bonito ver cómo tiran de la carroza para orientarla. Tengo un video muy largo que contiene todo el proceso. Repito, es muy largo, así que prefiero que me lo pidáis antes que colgarlo, tardaría un rato en subirlo.

Tras ver algunas carrozas más, ya nos ha llegado la hora de comer. Hemos ido a la universidad, porque aunque no teníamos clase, la cafetería estaba abierta.

¿Y después? Yo tenía tiempo libre, pero sólo hasta las 18:30. Quería ir a la clase de kendo, a la de verdad.

Durante ese rato, nos hemos ido a Kawaramachi (sí, otra vez). Allí, a unas compañeras se les ha antojado ir a las dichosas "pericura", como llaman aquí a los fotomatones colectivos donde puedes editar las fotos luego.

Una sala con las pericuras, ¡había un montón!

La música es machacona hasta el límite, y la vocecilla aguda te taladra el tímpano. Una vez vale, pero dos y tres pueden cansar (aunque adelanto que no ha sido la última vez).

Después de eso, yo me he ido de vuelta a la universidad, a kendo. Kuni me la ha liado en el último momento, obligándome a esperarle a que terminara de hablar (quería decirme algo). Total, que lo que me dice es que salga antes de la clase de kendo, porque quiere que vayamos a cenar a un restaurante de tenpura. ¡Y me lo dice en el último momento!

En fin, al menos escribió una nota pidiendo a los de kendo que me dejaran salir antes de tiempo.

Además de que casi llego tarde, les he tenido que explicar que debía irme antes... bajo esas circunstancias, yo no quería entrenar (además, ese cambio súbito de planes me había cabreado un poco). En este caso, yo era de la opción del todo o nada. Quedarme a medias, interrumpir el entrenamiento de los demás porque el señorito se tiene que ir... no, no me gusta eso. He intentado dejarles eso claro.

Aunque finalmente han dicho que no pasaba nada por que me fuera antes. Así que he entrenado un poco. La clase la ha llevado el senpai de 21 años que tiene la musculatura de uno de 30 o más. Se ha trabajado desde la base, mucho ejercicio de pie y desplazamiento.

Finalmente, incluso han parado la clase en el momento de irme. Querían que les dijera algunas palabras... así que les he agradecido su atención (tanta que me abruma), deseándoles lo mejor. Y que por supuesto, he aprendido mucho y que no olvidaré las primeras clases de kendo en Japón.

Tras una ducha rápida (otra vez he acabado como un pitufo por la ropa desteñida), he tomado el taxi hasta la estación de tren de Kyoto, donde está el restaurante de tenpura. Allí, Kuni me ha guiado hasta el lugar.

Allí estaban esperando la abuela y Thomas. ¡Pobre Thomas! Verdura y pescado, que no le gustan... ¡es un problema esto de que no te gusten cosas de comer! Por mi parte, me encantaba. La abuela, como siempre, preguntándome si quería cerveza. Pues hala, una pinta para los dos.

Hum, rico rico.

Estaba todo muy rico, aunque si he de ser sincero, prefiero las verduras fritas que sacan en los restaurantes chinos. Aunque como todo esto, los gustos son algo personal.

De ahí hemos tomado el tren a Sakamoto. La abuela ha visto que tenía los piés "un poquito" fastidiados con eso de andar un par de días con los "geta" (aún estaba vestido con la yukata, en plan tradicional) y el kendo. Por eso, hemos tomado el taxi a casa. Y a dormir, ¡vaya cansancio!